Por Roberto F. Campos
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Una vigilante figura atempera el paseo del Prado desde su partida y mira al
Capitolio de La Habana, para hacer detener al peregrino y tomarse una foto.
Figura blanquecina que mucho vio ya de esta urbe tan bulliciosa y atractiva
para los turistas de los cinco continentes.
La Fuente
de la India también se conoce como La Noble Habana. De una belleza indiscutible
la estructura y escultura permanece inalterable ante el tiempo sin perder su
atractivo en la privilegiada posición, en una arteria sumamente frecuentada.
Este
complejo de fuente y escultura, representa la imagen de la India Habana, en
cuyo honor fue nombrada la ciudad.
Al final, o
inicio, quien sabe, del paseo de Isabel II o del Prado (ahora Martí), a unos
pasos de la Avenida Máximo Gómez, que popularmente se conoce como la calle
Monte, aproximadamente a unos 100 metros al sur del Capitolio de La Habana, se
encuentra esta bella obra de arte.
Colocada al
final de la Alameda de Extramuros, hoy Paseo del Prado, en el lugar donde hasta
entonces había estado desde 1803 la estatua del rey Carlos III se enseñorea. Su
inauguración constituyó un acontecimiento en la entonces aún joven villa de San
Cristóbal de la Habana (fundada definitivamente en 1519).
En 1863,
por acuerdo del Ayuntamiento, se trasladó al Parque Central. En 1928, cuando
ese campo se transformó en Plaza de la Fraternidad, se le volvió a dar la
posición actual, o sea la inicial.
La fuente
de la India o de la Noble Habana fue inaugurada el 15 de febrero de 1837. Su
construcción y colocación se debió a la iniciativa del Conde de Villanueva, un
comerciante a quien se debe el mercado de tabaco y el ferrocarril de este país.
Tanto esta fuente, como la de los Leones de la
Plaza de San Francisco, fueron encargadas a Italia, a Gerolamo Rossi y Antonio
Boggiano, quienes confiaron el trabajo artístico al escultor, también italiano,
Giuseppe Gaggini.
El autor se
apoyó en los diseños preparados en La Habana por el coronel Manuel Pastor con
las modificaciones que le introdujo el arquitecto italiano Tagliafichi.
De unos
tres metros de altura, La India es una fuente de mármol blanco sobre un
pedestal cuadrilongo con cuatro delfines, uno en cada esquina, cuyas lenguas
son surtidores que vierten el agua sobre las enormes conchas que forman su base
(ahora carece de agua en el surtidor).
Sobre una
roca marmórea está sentada la bella joven india mirando hacia el Oriente como
si oteara en el horizonte a algún ser perdido.
Su rostro
es el de una nativa, pero, y es una de las críticas a su creador, la estatua
presenta un perfil típico de una mujer griega, que, para su época, era el
prototipo de la perfección femenina, realmente aún lo es.
Pero si
griego era el perfil de la indígena, las piernas de la escultura si denotan las
formas menos mórbidas patentes en las autóctonas de la Isla, tal como lo marcan
los historiadores.
Lleva en la
cabeza una corona de plumas y sobre el hombro izquierdo el carcaj repleto de
flechas va sujeto al hombro izquierdo, mientras que con la mano derecha
sostiene el extremo superior de un escudo oval, que ostenta los símbolos de la
ciudad en su primera concepción.
En la mano
izquierda lleva la cornucopia de Amaltea, pero el italiano sustituyó frutas
europeas por cubanas, coronados por una piña. Su imagen es resaltada por un
pedestal adornado por laureles y guirnaldas, que soportan cuatro enormes
delfines.
El gran
vaso o pilón de la fuente es de forma elíptica y mide cerca de nueve metros por
su parte exterior, en su eje mayor, con una altura de 76 centímetros.
Para el
brocal, los artistas dejaron 14 bloques de mármol de un espesor promedio de 40 centímetros,
liso en su parte interior y graciosamente moldurado por su parte exterior con
su base, en forma de cáliz. El monumento está formado por 14 bloques de 85
centímetros de ancho por 20 de espesor a manera de escalón.
Un lugar
verdaderamente inspirador. Se dice que la noche anterior a su inauguración
sopló en la villa un viento tan fuerte que varios árboles y viviendas
resultaron derrumbadas. Sin embargo, la
tela que cubría la estatua ni siquiera se movió.
Quién sabe
si fue cierto o falso, pero lo que es real es que esa India aún permanece en el
mismo lugar y recibe a los visitantes que llegan a ella desde todos los
confines del Planeta.
/rfc
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