Pocetas
en La Habana, incipiente turismo náutico de Cuba
Por
Roberto F. Campos. FOTOS el autor y archivo e Internet
LA
HABANA.- Cuba cuenta con muchas curiosidades turísticas, como es el caso de las
pocetas del Malecón de La Habana, su capital,
enfrentadas aún a los embates de las olas y que en su tiempo
representaran importante balneario.
Algunas personas recuerdan que lo de bañarse
en el Malecón habanero no es cosa de los muchachos de hoy, que se arriesgan e
incumplen las orientaciones sanitarias, que buscan divertirse y mitigar el
calor sin tener que alejarse del centro urbano de la capital.
Allí existieron los famosos Baños de mar en
el Malecón y que servían de distracción los domingos a los habitantes de la ciudad.
A poca distancia de la Calzada de San Lázaro,
desde el siglo XIX, se crearon esos baños de mar, pocetas de unos cinco metros de largo por dos
de ancho aproximadamente, con cerca de tres metros de profundidad, o algo más,
que fueron cortadas directamente en la roca de la línea costera.
Tenía peldaños hechos en la misma piedra y
dos aberturas a través de las cuales entraba y salía el agua. Las limpias rocas de la época y el flujo
constante del agua de mar hacia que resultara muy agradable bañarse en esas
pocetas, comentan historiadores.
Los baños fueron techados y parcialmente
cubiertos por el frente que daba al mar. La profundidad del agua de esas
piscinas naturales y la amplitud las convertía en bastante grandes para
permitir nadar.
El fondo, cubierto de arena y conchas, tenía
una apariencia blanca, como en una playa. Esos baños fueron construidos a
expensas del público y su uso era libre, aunque estaban divididos por género y
color de piel de acuerdo con los problemas sociales del momento.
La actual calle E, del Vedado, era conocida
con el nombre de Baños y llevaba directamente a al balneario El Progreso, el
primero de esos construidos en 1864.
Le siguieron otros como Las Playas frente a
la calle D, El Encanto, El Carneado frente a la terminación de la calle Paseo,
y El Océano.
El dueño del primero de estos balnearios, El
Progreso, vio la posibilidad de hacer negocio y sobre la nave que cubría las
pocetas levanto 14 apartamentos repartidos en su interior con un espacio para
la sala-comedor y dos habitaciones con servicios sanitarios.
Su empresa fue prosperando hasta construir
en la calle 3ra entre B y C varias casitas de madera que eran destinadas al
alquiler durante el verano.
Estas edificaciones de El Progreso
estuvieron en pie hasta los años 50 del pasado siglo, cuando cedieron sus
terrenos a la urbanización de esta zona del Malecón.
Con el balneario El Progreso solo podían
competir los baños de Carneado, ubicados en Paseo y Malecón, que se situaron en
la preferencia habanera para domingos.
José Carneado, su dueño, fue de los pioneros
en La Habana de las tiendas por departamento. Propietario de la peletería El Escándalo,
en el interior de la Manzana de Gómez (hoy
Gran Hotel Manzana Kempinski) , poseía un buen equipo de promotores que
salían por las calles anunciando las mercancías.
Todos estos lugares fueron desapareciendo
con la urbanización de la ciudad y la construcción del Malecón. Pero las fotos
de época nos recuerdan que hace algún tiempo el atractivo de los bañistas no
estaba en las Playas del Este de La Habana, sino en tales pocetas.
En consecuencia, recuerdan los historiadores
y cronistas, después de que los habaneros se aburrieron de los manantiales de
Puentes Grandes, Santa María del Rosario o Los Pocitos, entonces frecuentaban
los baños públicos existentes en el tramo de mar colindante con la calzada de
San Lázaro, por demás zona llena de arrecifes .
Federico Villoch cuenta en una de sus Viejas
postales descoloridas, publicadas durante años en el periódico Información, que
entre estos baños, parecidos a los barracones coloniales, sobresalen los de San
Lázaro –o de Romaguera, como los llamaba la gente–, los más vivaces, alegres y
masivos.
Allí se podía disfrutar del alegre vocerío
festivo de los bañistas y del ruido de los nadadores que chapoteaban en las
aguas.
Por demás, esos lugares eran escenario de concurridos
bailes por la mañana y por la tarde a los que asistían numerosos cubanos
pudientes quienes estacionaban sus automóviles en la vecina San Lázaro.
Durante las dos primeros decenios del siglo
XX el Malecón continuó su crecimiento, primero llegó a la calle Belascoaín,
luego al torreón de San Lázaro, y en 1921 rebasa la hoy calle 23.
Ello provocó el cierre de los balnearios
precursores y obligó a los amantes del mar a seguir los senderos de los viejos
pescadores y buscar refugio en los paraísos náuticos de El Vedado, surgidos a
partir de 1864 en una barriada que creció de manera muy rápida.
Revelan los cronistas de la época, recreados
actualmente en Internet, que para ir a estos baños se usaba una guagüita (bus) tirada
por mulos que iba por tres Perras chicas –moneditas de cobre de cinco céntimos–
desde la calle Línea hasta los balnearios. Lo malo es que siempre andaban
llenas y ofrecían un servicio muy lento.
Ese mismo entorno es que albergó a los hoteles más famosos de su momento en los años 50, como es el caso del Capri, que actualmente todavía presta servicios y marcarían una nueva etapa turística para la capital.
EL
MALECÓN, SIEMPRE EL MALECÓN
El Malecón llegó en los años 30 hasta la
calle G o Avenida de los Presidentes, y
más tarde, la desembocadura del Río Almendares. Algunos comentarios de la época
son sumamente curiosos.
"Una costa rocosa, llena de
inmundicias, con un sin número de zanjas abiertas en las rocas que partiendo de
los fondos destartalados de las casas de la calle San Lázaro vertían sus
excretas al mar, y cloacas abiertas que desembocaban por el centro de las
calles transversales; añádanse depósitos de materiales, barracones de madera
pomposamente llamados baños…”.
Esa es la descripción en su momento del ingeniero
y arquitecto Eduardo Tella en la Revista de la Sociedad Cubana de Ingenieros,
por lo que al parecer esos lugares nunca tuvieron una gloria verdaderamente
merecida.
Sin embargo, es apropiado recordar que la historia
del Malecón o Avenida de Antonio Maceo (1845-1896, patriota cubano), comenzó en 1819 cuando las autoridades
ensancharon los extramuros, pues la ciudad crecía y el espacio costero recorría
desde la entrada de la bahía habanera hasta el Torreón de San Lázaro.
El Malecón de La Habana fue concebido
originalmente por autoridades de los Estados Unidos a principios del siglo XX.
La construcción de la frontera marítima se inició a principios de 1900, después
de la guerra contra el colonialismo español y que concluyó en 1898 con la
intervención de los norteños en este país.
Desde la zona del litoral habanero donde hoy
está el Parque Maceo y hasta el Río Almendares, lo que existía entonces era una
costa de arrecifes y un monte impenetrable.
Pero en la actualidad se puede pasear por el
Malecón y observar los restos de las pocetas mencionadas, como una curiosa
fotografía de aquellos tiempos de La Habana y las intenciones turísticas de la
época, para una urbe en crecimiento.
Ahora, y con un alto peligro para los
nadadores, de vez en vez se aprecia a algunos jóvenes bañándose en esos lugares
que están fuertemente contaminados por la proximidad de la bahía, y porque hace
ya mucho que esas zonas capitalinas dejaron de ser balnearios.
2 comentarios:
Formidable crónica, muchas gracias!
Muchas gracias, es usted muy amable, fuertes Saludotes Roberto F Campos 🇨🇺
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