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jueves, 19 de marzo de 2009

Los nuevos japoneses de Cuba





Por: Roberto F. Campos
Fotos: El Autor y Colonia Japonesa en Cuba

. Un detalle curioso de la actualidad cubana está en el interés de los descendientes de japoneses por conservar su cultura y tradiciones, sobre todo en La Isla de la Juventud, donde con más fuerza se apreció tal asentamiento.

Japón, ese mítico país que todos reconocen en primer término por su paciencia, laboriosidad, cultura, por los samuráis y con una visión más moderna por su tecnología informática, tiene muchas aristas y puntos comunes fuera de su continente, como ocurre con Cuba, con una fuerte descendencia.
Quizás parecería lo más alejado posible al carácter dinámico del cubano, una fuerte tradición japonesa en este país, pero así es, y ocurre precisamente en La Isla de la Juventud, apartada 50 kilómetros hacia el sur de la isla mayor que es Cuba.
Mucho se escribió ya sobre este tema, libros, documentales y otras publicaciones aportaron elementos de estos asentamientos en la mayor ínsula antillana y en particular en la Isla de la Juventud, sin embargo, de esos originarios japoneses solo queda con vida una persona de 102 años.
Entonces, el interés está en aquellas personas jóvenes que tratan a toda costa de mantener la tradición y los recuerdos, para lo que viajamos al lugar y conversamos con el vicepresidente de la colonia japonesa en Cuba, Julio Iha Rodríguez.

Un camino antiguo y otro moderno

Iha Rodríguez es además presidente del Kejing Kay en la Isla de la Juventud, o lo que es lo mismo: la emigración desde la isla de Okinawa, en al archipiélago nipón.
De fácil conversación, muy amable, piel oscura y pelo muy fino, sus rasgos le identifican con el país del sol naciente.
Iha Rodríguez, de 44 años de edad, es licenciado en contabilidad y finanzas, consultor de las empresas del turismo en el territorio y en Cayo Largo del Sur, además de profesor universitario, con 22 años de experiencia de su sector, padre de dos hijos, cuya hembra es la más dedicada a la instrucción del Origami, o trabajo con papel.
Recuerda que en la actualidad su asociación cuenta con 127 miembros (Isla de la Juventud), de los que queda Yimazo, un japonés original de 102 años -los cumplió el 24 de diciembre pasado-, a quien conocimos en un documental hace algunos años descubriendo los secretos del cultivo del melón.
Ya ahora es algo complicado conversar con él, retraído en una casa de abuelos, solo quiere hablar en japonés con algunas personas mayores que le suavizan los recuerdos; sin embargo, en la Isla de la Juventud todos conocen anécdotas de él, sus costumbres, los largos paseos que cuando podía hacia descalzo por las calles, su observación de cualquier detalle, y también sus malas pulgas. Todo un mito de esta emigración.
Comenta nuestro interlocutor que el primer emigrante que tuvo la Isla de la Juventud fue un okinawés en 1908 llamado Misaro Miyaki, vino de La Habana, a su vez viajero desde México en 1907, precisamente en 2008 se cumplió el centenario de esta emigración.
Si bien, la comunidad de la Isla de la Juventud no resultó precisamente la más numerosa en Cuba, si fue la más solida por la hermandad entre sus miembros y las ayudas que propiciaban los más ricos a los menos favorecidos.
Por tanto, de 1929 al 30 los emigrantes trataron de reorganizarse para esta ayuda y desarrollaron una serie de actividades como prácticas de karate, no olvidar el idioma y así surge la fortalecida comunidad, que fue una de las primeras legalmente establecidas en Cuba antes del triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
Por lo tanto tiene dos fases, en 1915 se consolida y luego de 1927 tuvo tres asentamientos fundamentales del territorio: Júcaro, ahora nombrado Ciro Redondo, Santa Barbará (Damajagua) para luego distribuirse por el resto de la Isla de la Juventud.
Se especializaron en sembrar hortalizas, había un puerto con un mercado para el cítrico hacia Estados Unidos y se sumaron a este carro, y se hacen famosos por su manera de cultivar estos productos y su gran calidad.
Los melones de los japoneses resultaron muy famosos, y sus descendientes trataron de conservar el idioma, las danzas, la manera de cocinar, hasta el punto que en la actualidad se mantienen las aulas de japonés y muchos encuentros culturales, que incluso se extienden en el parque de Nueva Gerona para toda la población local.
Las casas en lo posible conservan decorados asiáticos, y los integrantes de las familias tratan de transmitir a sus hijos y nietos esos valores culturales que con tanto ahincó han resistido.

Las dificultades y el tiempo

Comenta Iha que en 1941, cuando Estados Unidos declara la guerra al bloque integrado por Japón, el gobierno cubano determina apresar a todos los japoneses residentes en el país y confinarlos a la Isla de la Juventud, a su Presidio Modelo.
Ocurrió de manera diferente a otras naciones donde confinaron en lugares apartados a las familias completas, aquí apartaron a los hombres y dejaron a las mujeres con los hijos en el campo.
Incluso, los japoneses de Cuba fueron los últimos en ser liberados luego del fin de la contienda bélica en 1945 y ya muchos sino habían muerto venían con enfermedades y murieron al poco tiempo.
Otros volvieron a Japón, los menos, y un gran grupo hizo familia sino la tenía en la Isla. Sobre esta etapa hay varios libros que abordan el tema, recuerda.
Con el tiempo, el poblado de Júcaro es el que concentra la mayor cantidad de descendientes, incluso por esta fuerte comunidad en oportunidades viajan centenares de japoneses a Cuba para ir a su Isla de la Juventud y conocer a esta colonia.
Iha refiere que su asociación tiene estrechos vínculos con las comunidades similares en el resto de América, y poseen intercambios constantes con descendientes de japoneses en otras partes del mundo.
Ahora la comunidad se refleja mediante la cultura, el origami y el karate y a ella se inscriben incluso quienes no son descendientes pero tienen un fuerte nexo con esta procedencia como profesores de artes marciales, de idiomas, historia y otros elementos de las japonerias.
A la asociación acuden desde los mayores hasta niños de seis años que aprenden las primeras palabras en japonés, junto con sus clases de castellano en la escuela y mantienen viva una tradición laboriosa.

Los japoneses y los japoneses

A raíz de los 100 años de la primera emigración hacia Cuba de japoneses aparecieron varias notas de prensa abordando tal efemérides. Como parte de ese ajiaco social que es la nacionalidad cubana se inscribe una composición en principio de origen español y africano, pero complementada con alemanes, chino, hebreos, franceses, chinos y japoneses, entre otros.
Investigadores del Centro de Estudios de Asia y Oceanía (CEAO) determinaron oportunamente por un registro migratorio del Diario de la Marina que el 9 de septiembre de 1898 llegó a Cuba el primer japonés con planes de establecerse isla, para fomentar una comunidad que acogió a los mil integrantes. Por lo tanto, como ocurre en otros casos, pueden existir versiones diversas acerca del primer momento, y la primera persona.
El estudioso José Ramón Cabrera y Carlos Miguel Roque, señalaron en esa ocasión que el japonés Y. Osuna llegó en esa fecha a La Habana a bordo del vapor Orizawa, proveniente de Veracruz, México.
Tales documentos indicaron que otros nipones continuaron ese viaje como parte de una migración luego de la restauración Meiji, con particular fuerza hacia América, y naciones como México, Brasil, Perú y Argentina.
Para Cuba, esta migración llegó a alcanzar centenares de personas, sobre todo hombres que se unieron con cubanas y se adaptaron a las costumbres de este país, incluso a su dieta, muy diferente a la dejada atrás.
Entonces llegaron a 13 de las actuales 14 provincias (mas el municipio especial Isla de la Juventud), en ese entonces eran solo seis provincias. Para 1914 aparecieron intentos de agrupamiento y Kogawa Fujishiro formó la Asociación de Productores en tierras del centro de Cuba en el central azucarero Constancia, actual Cienfuegos.
Un grupo se dirige a la en ese entonces Isla de Pinos por la fertilidad de sus tierras, para luego tener su peor momento en la II Guerra Mundial, al ser llevados a los campos de concentración de allí.
Y es precisamente que las tensiones de La Habana con Tokio se alivian después de 1959 con una Revolución dirigida por Fidel Castro.
Realidad en estos momentos: esa colonia japonesa alcanza los más de mil integrantes en toda Cuba, pero no son todos los que integran su asociación.
Algunos datos señalan que de esas personas solo 25 corresponden a la primera generación, 15 de ellos llegaron antes de 1959 y tienen entre 85 y 95 años y otros cinco llegaron después de 1959.
El asentamiento más conocido y organizado es el de la Isla de la Juventud y uno de sus personajes más conocidos es el agricultor Mosaku Harada con 12 hijos, 20 nietos y bisnietos, y en total 46 miembros de su familia.
En La Habana también hay una plaza fuerte con 221 personas y el 22,6 por ciento de la comunidad japonesa, de acuerdo con esos mismos datos de prensa publicados por el centenario de la emigración nipona, reflejados en Internet.
Mientras los datos aparecen en muchas revistas y periódicos, los descendientes de japoneses en la Isla de la Juventud, gozan de un merecido prestigio y siguen aprendiendo ese idioma, practicando las artes marciales, y – de igual manera- amando a Cuba y Japón.
rfc/

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